domingo, 23 de marzo de 2014

Lazarillo S.XXI

Estimado cura:

Me dispongo a narrarle mi vida por su propia petición, ya que, si no, no podré cumplir mi mayor sueño.
Mi nombre es Johnny, y a pesar de que usted diga que es un nombre que proporciona malos pensamientos, en la barriada de la que provengo, las tres mil viviendas, es un nombre muy típico. Tengo 46 años y mido 1'75 metros. Tengo el pelo corto y castaño, con unas mechas de un tono más claro al mio natural. Le contaría mi historia con detalle desde que soy un niño chico, pero carezco de recuerdo de esa época, así que me veré obligado a empezar mi relato desde que yo tenía alrededor de diez años. De aquel año la verdad es que recuerdo poco, mi madre nunca estaba en casa, mi padre tampoco, el ni siquiera estaba en el barrio, mis hermanas empezaban a andar con chicos de mayor estatus, y mis hermanos se pasaban el día durmiendo y curándose heridas, que en ese momento no sabía de dónde salían, y las noches fuera de casa. Ese año, yo solo veía la televisión rota que teníamos, y escuchaba la radio, o salía con mis amigos a jugar al balón, o a cualquier otra cosa, comía en casa de la vecina, porque como yo siempre estaba solo con mis hermanos dormidos y no sabía cocinar, necesitaba que me alimentasen. Realmente la comida que hacía aquella señora mayor no era deliciosa, ni abundante, para nada, pero era comestible, era algo que poder llevarse a la boca. Mis padres no me dejaban que comiese en su casa, pero aún así, lo hacía, me moría de hambre, y mis padres nunca se enteraban.
Cuando cumplí los once años, un día oí a mis hermanos hablar, decían que mi madre vendía su cuerpo a cambio de una alta cantidad de dinero, que luego gastaba para cuidarse más y que más hombres pagasen por ella, yo a pesar del barrio en el que vivía y mi edad, no comprendí aquello. Más adelante, en verano, uno de mis cinco hermanos, al que llamaban bastardo, fue hallado muerto en uno de los callejones más oscuros de todo el barrio. Mi madre no lloró. Mi padre tampoco. Mis hermanas no lo sé, no las vi en todo el verano. Mis hermanos sólo veían el cadáver y se daban pequeños golpes en la espalda. Sólo yo lloré, en secreto, con mi vecina, de la que no sabía, ni nunca supe, el nombre.
Los doce años no fueron fáciles. Mi vecina murió, o eso decían. Yo siempre pensé que la habían matado, pero no me dejaron verla, decían que era muy chico, yo no me sentía chico. De hecho, en Marzo, me sentí menos chico aún. Descubrí el verdadero significado de lo que mis hermanos habían dicho el año anterior, y descubrí que mi padre robaba. Mis hermanos nunca estaban de noche porque se iban a fiestas y a peleas, y fueron ellos lo que mataron a mi hermano que llamaban bastardo, que también descubrí que si era bastardo. Mis hermanas se pasaban la vida con novios ricos a los que le iban quitando el dinero poco a poco, sin que ellos se dieran cuenta, hasta que cuando se acababa el dinero, los dejaba bajo cualquier excusa. Ese año, mi inocencia se fue volando. Con tan sólo doce años, empecé a beber, a fumar, a atraer a chicas guapas, a irme de fiesta, a meterme en pelas y a robar, no tanto como mi padre, pero si robaba. Aquel verano fue un mal verano, mi madre perdió clientes, a mi padre lo acusaron de robo, porque yo lo traicione en un robo en la ciudad, no dudé un segundo en irme cuando oí a la policía, sin avisar a mi padre, y lo pillaron. Lo metieron en la cárcel, y hasta día de hoy no sé nada de él. Aunque lo he intentado, no me dejan verlo en la cárcel, ni siquiera sé en que cárcel esta, o si sigue vivo. Tan sólo se, que esa noche se lo llevaron. Aparte del encarcelamiento de mi padre, no hice algo de lo que realmente me sienta orgulloso, maté a uno de los cuatro hermanos que me quedaban vivos tras una noche en la que me emborraché y me peleé con él. A pesar de ser cinco años mayor que yo, él no salió victorioso. Era muy astuto y ágil, y podía evitar todos sus ataques. De cualquier manera, no me siento orgulloso, y no me gusta recordarlo.
En mi cumpleaños decimotercero, mi regalo fue conocer a una chica con un padre que tenía un coche extraordinariamente bonito, y caro. Con unas piezas que en el mercado valdrían mucho dinero. Sin dudarlo, atraqué aquel coche una noche en la que me quedé a dormir en casa de mi novia, su hija, a la que yo ya había conquistado. Después, la dejé, ella me lloró, porque le habían robado a su padre y no sabía quién había podido ser, me pidió que no la dejase hasta que lo averiguase, mientras yo sólo le decía que ya no la amaba, y que no podía seguir con ella.
Al cumplir catorce, ya no me dedicaba a salir con chicas, ahora yo hacía lo mismo que mi madre, pero no cobraba por ello. A ellas le gustaba, yo me las ganaba más, y tenía mas oportunidad de robar, pues pasaba más noches y más tardes con ellas. Herí de gravedad a un panadero que me vio robarle unos bollos y unas barras, y también a un zapatero que también me pillo en plena faena. A parte de herirlos, les rompí las paredes de sus tiendas de un puñetazo, pues por aquella época, yo era fuerte. Al barrio de al lado llegaron tres familias nuevas, con diez hijas en total, todas ellas me buscaron, ocho eran feas, y por supuesto, yo no iba a salir con una fea, a pesar de que tuviesen todo el dinero del mundo. Si me iba a levantar con una rica al lado, que fuese una rica guapa. Las otras dos lo eran, y como también tenían dinero, mucho mejor. La historia se repitió, las deje cuando el dinero se acabó, y las dejé llorando.
A los quince, conocí a un chico que traficaba con drogas, él solo la llevaba a los destinatarios y cobraba, la verdad es que pagaban muy bien, me atraía el trabajo, y necesitaba más dinero, ansiaba el dinero. Finalmente, me introduje en ese mundo, pero claro, ningún trabajador sale de un trabajo sin haber probado lo que trabaja. Tuve adicción con las drogas durante cuatro años, hasta los diecinueve. De esa época no recuerdo absolutamente nada, son efectos secundarios que aquella adicción.
A los diecinueve, salí de aquella adicción, pero no dejé el alcohol ni el tabaco, ni la fiesta ni las pelas, y en los cuatro años de adicción, pasaron muchas cosas. Solo seguía vivo uno de mis hermanos, mis hermanas ya estaban casadas con los más ricos, y mi madre, ella tenía SIDA, uno de sus clientes nuevos se la había pasado, ella murió. Una de las noches de mis diecinueve años, violé a una chica, tampoco me siento orgulloso de ello, pero lo hice.
A mis veinte años, el mundo decidió ponerse de mi lado, y conocí a una chica con no demasiado dinero, pero hermosa a mis ojos, muy simpática, graciosa, divertida, amable, sincera. Realmente me encantaba estar con ella. Pero no era rica, ella no podía ser para mí. Tarde nueve meses, pero al fin acepté que me gustaba, que me había enamorado.
Con veintiuno, ya eramos una pareja, yo le conté mi historia, ella la supo aceptar como ninguna otra la hubiese aceptado, me escuchó, y me consoló cuando lloraba por mi anciana vecina, o por mi padre traicionado y encarcelado, o mi madre muerta, o mi hermano bastardo, o el único que vivía y del que no sabía nada. Ella me enseñó a hablar correctamente y a redactar una carta como la que yo redacto ahora a usted, me enseñó a comer con cuchillo y tenedor, nunca los había visto, nosotros siempre habíamos sido de comer con las manos, no habíamos tenido dinero para cubertería. Me enseñó a ser honrado, a querer, y a abstenerme de usar la agresividad ante ciertas situaciones en las que normalmente hubiese salido algún herido.
Nuestro noviazgo dura hasta hoy, con una lección nueva aprendida cada día. Llevamos tres años intentando casarnos, para así poder sellar nuestro amor como realmente nos gustaría, pero ninguna iglesia nos lo permite por yo carecer de bautismo y comunión, así que, si su petición era narrarle el porqué carezco de ellas, espero que esto le haya resultado efectivo.

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